martes, 1 de mayo de 2012

BIBLIOTECA DEL SEXO - FASCÍCULO No. 12 LA VIDA MATRIMONIAL

Dentro de los preceptos divinos encontramos que el hombre y la mujer se asocian en forma tal que “dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer” (Génesis, 2: 24), creando en esta forma la unión que nosotros denominamos hoy “Matrimonio”. Y continúa el Génesis diciendo: “Y los dos serán una sola carne. Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse ello”. (Génesis, 2: 24-25)  
         
Según algunos sexólogos, “la parte medular de este pasaje la encontramos en la frase “los dos serán una sola carne”. Esta frase se refiere exclusivamente a una unión física del esposo y la esposa estando ambos desnudos, esto implica una  experiencia sexual definida entre el hombre y la mujer: la cópula sexual. Este pasaje nos indica claramente que  el sexo es una profunda experiencia personal que no es detestable  ni degradante a los ojos de la divinidad,  puesto que Jehová mismo invita al hombre y a la mujer a ser una sola carne; además, pueden varón y hembra estar juntos ambos desnudos sin avergonzarse por ello, como claramente lo expresa el versículo 25: el sexo no es ni debe ser vergonzante, si se vive como Dios manda”.  
         
Lamentablemente en el pasado, y aún en la  actualidad, muchos grupos dentro de la corriente histórica de la cristiandad han evadido el concepto de que Dios aprueba la sexualidad para disfrute del marido y la mujer. Esta actitud no descansa ciertamente sobre los conceptos netamente cristianos sino, consideramos, sobre las  aprehensiones inconscientes de quienes defienden ese punto de vista haciendo con ello más evidentes sus pasiones y temores.  
         
A los que se creen cristianos y que piensan en la idea del sexo pecaminoso "per se" es indispensable recordarles el Cantar de los Cantares entregado por el sabio Salomón, hermosos capítulo de bella poesía sobre las relaciones amorosas entre marido y mujer. En estos preciosos cánticos se describe en vívido lenguaje poético los cuerpos físicos de los amantes cónyuges, sin caer en lo desagradable; los sentimientos, las actitudes, las imaginaciones, las caricias eróticas, los goces espirituales, los goces sexuales y la romántica felicidad de los amantes casados están bellamente descritos.  
         
La entrega mutua de las necesidades sexuales en el matrimonio no son un delito, ni se hallan en contra del concepto cristiano de una vida espiritual devota, ni está contra los mandamientos de Dios, como claramente lo asevera Pablo en 1 Corintios, 7: 2-5:  "Mas por evitar la fornicación tenga cada uno su mujer y cada una tenga su marido. El marido otorgue lo que es debido a la mujer, e igualmente la mujer al marido. La mujer no es dueña de su propio cuerpo: es el marido; e igualmente el marido no es dueño de su propio cuerpo: es la mujer. No os defraudéis uno al otro, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para daros a la oración, y de nuevo volved a lo mismo a fin de que no os tiente Satanás de incontinencia".  
         
Este  pasaje  del   Nuevo  Testamento   nos  fija  claramente  verdades  básicas  sobre  la importancia de la relación sexual dentro de la vida matrimonial; es un pasaje que acaba toda creencia de que el sexo es algo mundano que atenta contra la espiritualidad. Este pasaje indica, que, dado el carácter vigoroso del impulso sexual, cada hombre y cada mujer deben tener su propio cónyuge para entregarse mutuamente a sus respectivas necesidades sexuales: tanto el hombre como la mujer tienen definidas e iguales necesidades sexuales que deben ser satisfechas en el matrimonio.  
         
La Biblia, un libro tan antiguo, nos enseña algo que solamente hasta ahora acaba de descubrir la ciencia del hombre "supercivilizado":  que la sexualidad no es prerrogativa del hombre y que la esposa pasiva y calladamente debe someterse a él (como se pensaba no hace mucho), sino que, por el contrario, la mujer tiene una marcada necesidad de tener relaciones sexuales en el matrimonio que la satisfagan en todas sus esferas psico-biológicas (sentimental, emocional y físicamente) al igual que el hombre.  
         
El hombre y la mujer deben ser complacientes el uno con el otro y no forzarse a tener prácticas sexuales como una obligación adquirida, sino en mutua complacencia. Debe ser una experiencia cooperativa donde se procede con mutuo  respeto y mutua delicadeza; de esta manera, las necesidades de ambos estarán siempre satisfechas. Pero el que hablemos de la sexualidad como un placer individual no significa que este proceso haya de convertirse en una expresión de la lujuria, como no ha de ser, por ejemplo, la necesidad de ingerir alimentos por simple gula.  
         
Antes al contrario, el dominio propio en cuanto al sexo es la única forma en que puede el ser humano usar la sexualidad para lograr un desarrollo más eficiente de su desarrollo espiritual, una transformación de la naturaleza social de la familia y el crecimiento de las relaciones espirituales entre nosotros y nuestro Ser Divinal Interior.  
         
Esto está señala claramente por san Pablo cuando expresa que la vida sexual del marido y de la mujer deben ir mezcladas con la vida de oración (1 Corintios, 7: 5); las parejas casadas no deben negarse, en lo posible a complacerse mutuamente en la intimidad sexual, a menos que lo decidan en común acuerdo para entregarse a la oración, y una vez concluido ese período deben seguir integrando sus necesidades sexuales, uniéndose en cópula sexual dentro del matrimonio.  
         
Esto nos señala claramente que la vida cristiana devota y el buen ajuste sexual en el matrimonio se complementan entre sí. Los esposos y las esposas cristianos, al unirse en cálida y estrecha relación sexual, debieran darle gracias al Señor por la inmensa satisfacción que se puede lograr con esta unión propiciada por Él, que  estimulará al matrimonio a una mejor comprensión mutua y a una más elevada vida espiritual.  
          
Con este análisis queremos plantear que el placer en la sexualidad no es un fin en sí mismo, como lo preconizan los materialistas. Si este placer fuese un fin en sí mismo las relaciones extramaritales fueran completamente aceptables, al igual que cualquier forma personal de lograr ese placer. Y este punto de vista debe ser rechazado, ya que las relaciones extramaritales constituyen una violación y destrucción de los afectos del cónyuge y de los preceptos espirituales, con las consecuencias lógicas de separaciones y divorcios. Realmente la unión sexual no es una relación carnal intrascendente, sino que, antes por el contrario, es una profunda y vital actividad de íntima naturaleza entre el hombre y la mujer: las relaciones sexuales son tan importantes y de tan profundo significado en la vida humana que exigen fidelidad, respeto, dominio propio y responsabilidad. 

                               www.acegap.org

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